Reflexiones Alternas

Opinión. Crítica. Reflexión.

¡A masturbarse en público! La filosofía punk del perro

En Reflexiones Alternas hemos hablado ya de varios filósofos importantes en la historia de las ideas, siempre remarcando en qué reside dicha importancia, por qué es necesario acercarse a ellos y a su obra. Tal ha sido el caso de: el filósofo de los fuertes, Nietzsche; el último gran genio universal, Leibniz; ese judío ebrio de Dios, Spinoza; e incluso algunos incomprendidos y olvidados como Gunther Rodolfo Kush, y la fagocitación como horizonte de pregunta.

No cabe duda, insistimos, en que los filósofos son seres fascinantes que no deben ser recordados solamente por lo que plasmaron en sus libros, sino por las vidas que vivieron, por esas sutiles y maravillosas acciones que muestran que la filosofía no es sólo un ejercicio intelectual, sino una verdadera forma de vivir. Es por todo esto, que en esta ocasión vengo a hablar de un filósofo interesantísimo, increíblemente atractivo precisamente por su forma de vivir, que es el vivo ejemplo de una filosofía práctica, reaccionaria, transgresora y rebelde. Estoy seguro de que lo conocen, o por lo menos han llegado a escuchar, con una combinación de repugnancia y admiración, las anécdotas más famosas de su vida; se trata del filósofo cínico conocido como Diógenes de Sinope, el perro.

Sí, el mismo al que en un banquete le fueron lanzados huesecillos como a un perro, y él se fue hacia ellos y les meó encima, como un perro (Cfr., Diógenes Laercio, Vitae, VI, 46); ese que se masturbaba en medio del ágora ‒el espacio público de la antigua Grecia‒ diciendo: “¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!” (Ibíd., VI, 46); el que en una ocasión, mientras se asoleaba, fue encarado por Alejandro Magno, el hombre más poderoso de su época, quien le dijo: “Pídeme lo que quieras”, y sin ningún reparo, contestó simplemente con un: “No me hagas sombra” (Ibíd., VI, 38).

Gaetano Gandolfi, Alejandro y Diógenes, 1792.

Gaetano Gandolfi, Alejandro y Diógenes, 1792.

¡Caray! ¡Qué atrevimiento! ¡Qué valor! ¡Cuánta falta de respeto hacia la autoridad y los convencionalismos! Es justo el tipo de filósofo que enciende esa chispa rebelde en el espíritu de los jóvenes; un personaje que ha sido perfecto para atraer al mundo de la filosofía a todos esos inconformes, que sospechan que la vida no es color de rosa y que simplemente ya no pueden seguir las insulsas leyes de los dizque “hombres”. Es la filosofía punk de Diógenes el perro y la escuela cínica; pero, ¿de dónde surgieron éstos transgresores de la cultura helénica? Y ¿cuál es la relevancia de masturbarse frente a todos?

La principal fuente de información que tenemos sobre Diógenes y el cinismo es la obra de otro Diógenes, Diógenes Laercio, el gran historiador de la filosofía antigua. Es en su “Vidas de los filósofos ilustres” donde nos relata que el fundador de la escuela cínica, y maestro de Diógenes, fue Antístenes, ateniense que a su vez fue, en un primer momento, discípulo del sofista retórico Gorgias; sin embargo, posteriormente conoció a Sócrates ‒esa piedra angular de la filosofía occidental, de la cual el espacio del presente texto jamás sería suficiente para relatar tal grandeza, pero que próximamente haremos el intento‒, y su influencia fue tal en Antístenes, que no sólo se convirtió en discípulo suyo, sino que constantemente exhortaba a otras personas a que también lo fueran. Es precisamente la figura socrática la que inspira el nacimiento de la escuela cínica, principalmente dos de sus rasgos fundamentales: la fuerza de carácter y la impasibilidad. Junto a este, otro personaje que funge como ideal de los cínicos es el mismísimo Hércules, esto por considerarle símbolo del esfuerzo, lo cual consideran como un bien absoluto; sin olvidar, claro, la figura del perro ‒del griego: cínicos = kynikoí, kyon = can‒, porque ladra contra los poderosos, muerde a los importantes y no reconoce otra autoridad que la naturaleza.

Los temas preferidos de Antístenes eran:

…demostrar que es enseñable la virtud. […] Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos, y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos. Que la ausencia de fama es un bien y otro tanto el esfuerzo. Que el sabio vivirá no de acuerdo con las leyes establecidas, sino de acuerdo con la de la virtud. (Ibíd., VI, 11).

Todo esto fue suficiente para que, el recién desterrado Diógenes ‒a causa de haber falsificado o reacuñado la moneda, de acuerdo al consejo del Oráculo de Delfos‒, viera en Antístenes a un hombre sabio a quien seguir, muy a pesar de que Antístenes le rechazara en un primer momento. La insistencia de Diógenes fue tal que terminó siendo su discípulo y adoptando el modo austero de vida propio de los cínicos, a tal grado que vivía en un barril y seguía la máxima cínica de su maestro Antístenes: “disponer [sólo] el equipaje que en el naufragio fuera a sobrenadar con uno” (Ibíd., VI, 6).

John William Waterhouse, Diogenes, 1882.

John William Waterhouse, Diogenes, 1882.

Acorde a lo que nos dice nuestro historiador Diógenes Laercio, Diógenes el cínico,

Al observar a un ratón que corría de aquí para allá […] sin preocuparse de un sitio para dormir y sin cuidarse de la oscuridad o de perseguir cualquiera de las comodidades convencionales, encontró una solución para adaptarse a sus circunstancias […] Y se proveyó de un morral, donde llevaba sus provisiones, y acostumbraba usar cualquier lugar para cualquier cosa, fuera comer, dormir o dialogar. (Ibíd., VI, 22).

Además de esto, se siente aventajado en sencillez al observar a un niño beber agua directamente con sus manos, y a otro niño recogiendo lentejas con la parte cóncava de un pan, por lo cual decide deshacerse de su copa y su plato (Cfr., Ibíd., VI, 37). En efecto, se trata de vivir lo más posible de acuerdo a la naturaleza, en austeridad extrema y rechazando toda convención, pues, afirma “que los dioses habían concedido a los hombres una existencia fácil, pero que ellos mismos se la habían ensombrecido al requerir pasteles de miel, ungüentos perfumados y cosas por el estilo” (Ibíd., VI, 44).

Así pues, el perro pasa los días paseando en solitario, enfrentando a la muchedumbre, desvergonzado y agresivo, provocándolos con su humor incisivo, violento, pesado. Dice las cosas tal cual le parecen pues considera la sinceridad como lo más hermoso entre los hombres; la parresía o “libertad de palabra”, etimológicamente significa el “decirlo todo” (Cfr., VI, 69), franqueza absoluta de la que se vale para desbancar falsos ídolos. No repara en defender el canibalismo y el suicidio ‒en cierto momento le propone suicidarse a su maestro Antístenes, e incluso, sobre la muerte del propio Diógenes, se especula que éste contuvo el aliento hasta morir‒; ataca a los afeminados y a las concubinas; se burla de grandes figuras de su época como Platón y Anaxímenes; afirma que no existen hombres dignos en ninguna parte, e incluso los considera meros esclavos, incluyendo al propio Alejandro Magno. ¡Ábrete de aquí que me tapas la luz!

Se paseaba por el día con una lámpara encendida, diciendo: “Busco un hombre”. (Ibíd., VI, 41). 

Se paseaba por el día con una lámpara encendida, diciendo: “Busco un hombre”. (Ibíd., VI, 41).

Literalmente no tiene ningún respeto por la ley de la ciudad, pues se autodenomina como cosmopolita (Cfr., VI, 63), considerando que el único gobierno justo es el del universo (Cfr., VI, 72). Acorde a la virtud de la autarquía, consideraba que los débiles son esclavos de las pasiones (Cfr., Ibíd., VI, 66), y afirmaba que hay que entrenarse en rechazar los placeres, a tal grado que dicho rechazo resulte placentero; sin olvidar que, el propio Diógenes se arrastraba en la arena ardiente y abrazaba las estatuas en invierno, esto como un entrenamiento para acostumbrarse a todos los rigores (Cfr., Ibíd., VI, 23), siempre siendo dueño de uno mismo, gobernándose a uno mismo.

Y, como ya se sabe, hacía cualquier cosa en cualquier lugar, ya fuera comer, beber, o atender otro tipo de asuntos completamente naturales. Se masturbaba en público justamente por ser un asunto natural, pues cuando tenemos sed o hambre, bebemos agua de la fuente o arrancamos un fruto de la higuera al alcance de la mano, sin que eso moleste a nadie. ¿Por qué, entonces, cuando sentimos un deseo sexual, que es tan natural como el de beber o comer, deberíamos rehusar satisfacerlo u ocultarnos para darle respuesta? Bien dice Michel Onfray en su Antimanual de Filosofía, “que no hay buenas razones para el sufrimiento culpable, para la vergüenza disimulada. El pudor es un falso valor, una virtud hipócrita, una mentira social que atormenta inútilmente el cuerpo produciendo malestar” (2005, p. 56).

Esta es la principal motivación de la escuela cínica, esto es lo que subyace a todas las historias sobre Diógenes: la transvaloración de los valores, la re-acuñación, re-valoración, re-educación, reconsideración de lo que se tiene por bueno y correcto. Los cínicos se consideraban educadores, a pesar de sus métodos, tenían un profundo interés en el bienestar social, buscaban una provocación moral que llevara a los que les rodeaban a liberarse de sus cadenas pasionales, a una vida plena, bien vivida, feliz. Es por ello que Diógenes, a quien decía «No estoy capacitado para la filosofía», le reponía: «¿Para qué entonces vives, si no te importa el vivir bien?» (Cfr., Ibíd., VI, 65).

Hoy día, podemos encontrar en la cultura popular diferentes ejemplos del cinismo, en el sentido de que se hace uso de la provocación y la desvergüenza como estrategia para sacudir y exhortar. Pienso obviamente en la controvertida South Park ‒y todo un sin número de series animadas adultas‒, quienes a lo largo de 20 temporadas jamás han temido criticar la cultura mediante sátiras con una franqueza incisiva. Habrá también quien recuerde al Doctor House y su slogan “brutalmente honesto”, como una forma de parresía cínica, que, si bien no estoy seguro que buscara el bienestar social, sí era bastante insistente en su crítica a los valores y convenciones de la gente a la que atendía, la cual jamás dejó de considerar como mentirosos e idiotas. Tampoco está demás mencionar a Alan Moore, ése brillante escritor de cómics que siempre tiene comentarios bastante agresivos acerca de Holywood y en general de la cultura consumista en la que vivimos, y que nos ofreció un personaje particularmente cínico como lo es V, de V for Vendetta.

snuki

Es posible que muchas de las historias que se cuentan sobre Diógenes el perro, sean meras alegorías de su doctrina, es decir, posiblemente nunca falsificó la moneda, razón por la que fue desterrado, sino que esto es sólo una figura para explicar su labor cínica de transvaloración de los valores; y es posible que esa famosa y por demás inspiradora escena en la que desprecia a Alejandro Magno, jamás se haya dado, sino que sólo es una alegoría de que Diógenes no se regía por otra cosa que no fuera el Sol, la ley natural.

Sin embargo, esto se vuelve completamente irrelevante, no se trata de verificar si en realidad hizo las cosas que varios afirman que hizo, y que Diógenes Laercio recopiló, sino de entender el porqué de dichas acciones: ¿Qué se está jugando detrás de la anécdota de un hombre que se masturba frente a todos? ¿Qué se puede aprender de quien no le pide nada a la persona más importante de su época? ¿Qué tipo de vida buena promueve este vagabundo / punk de la antigüedad?

Diógenes de Sinope y toda la escuela cínica siempre ocuparán un lugar especial en la historia de la filosofía, y no sólo por sentar las bases de la cuáles surgirá el estoicismo, sino porque representan una vía que suele dejarse de lado: la filosofía práctica, la filosofía para la vida. Ante los grandes sistemas filosóficos, ante los tratados de miles y miles de páginas llenas de argumentos perfectamente elaborados, ante la contemplación de los valores absolutos e inteligibles, siempre estará presente éste filósofo que oponía al azar el valor, a la ley [convencional] la naturaleza y a la pasión el razonamiento (Cfr., Ibíd., VI, 38); y que no poseía conocimiento, sólo pretendía la sabiduría, porque también eso es filosofar (Cfr., Ibíd., VI, 64).

[note]Laercio, D. (2007). Vidas de los filósofos ilustres. Madrid: Alianza.[/note][note]Onfray, M. (2005) Antimanual de Filosofía. Madrid: Edaf.[/note]

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