Las afirmaciones contundentes del Presidente Andrés Manuel López Obrador respecto a cómo se llevó a cabo el proceso de Conquista (“con la espada y la cruz”) deberían preocuparnos por más de una razón. Por un lado, demuestra el desconocimiento de un largo debate historiográfico que ha matizado y profundizado en la idea del indígena como actor pasivo durante la Conquista, con lo cual se ha demostrado la participación que tuvieron los nativos americanos en el triunfo y mantenimiento de la presencia española en el centro del país. Básicamente, sin las alianzas entre españoles y las élites indígenas locales, así como los beneficios que otorgó la Corona a los pueblos originarios por su participación en el conflicto, el dominio español en América no hubiese sido posible. No se negará que no hubo violencia, represión y conversiones masivas, pero ésta estuvo más concentrada en el norte del país, hacia las tierras chichimecas más aguerridas y con las cuales era más difícil de pactar.
Es preocupante que en estos tiempos se vuelvan a recuperar ideas decimonónicas ya superadas por los historiadores académicos serios. En efecto, la idea del español conquistador como salvaje y represivo no es más que una caricatura diseñada en un contexto en que se buscaba crear una idea de nación a partir de la construcción del héroe y el villano. La intención era simple: crear una historia lineal de la nación ante la cual los mexicanos pudieran sentirse identificados con un pasado y un enemigo común. En este sentido, se construyó al español como un invasor que vino a saquear y a imponer sus leyes y su religión ante el indígena, que terminó como la eterna víctima de la Conquista. De ahí deriva la idea del nativo visto como pacífico, en perfecto equilibrio con la naturaleza, con un conocimiento científico incluso superior al europeo, y sensible ante la violencia.
Las declaraciones del Mandatario no pueden pasar desapercibidas para los profesionales de la historia, pues valdría la pena preguntarse qué papel ha jugado Beatriz Gutiérrez Müller ante la recuperación de esta postura tan radical. El hecho de que recientemente haya publicado su libro La memoria artificial en la historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo invita a pensar que la doctora tiene un vasto conocimiento de la historiografía sobre el hecho, especialmente de aquella que cuestiona la visión maniquea del indio sometido y del conquistador que viene a destruir.
En este sentido, la intención de las declaraciones puede leerse en diferentes niveles. En primer lugar, la búsqueda de beneficios políticos a partir de una recuperación muy acartonada de la historia de México para impulsar ciertas políticas públicas. En segundo lugar, el acaparamiento de la historia por personas ajenas a lo que verdaderamente significa su estudio serio.
Respecto a la primera lectura, pareciera que vivimos un largo siglo XIX en el cual se ha vuelto a elevar a los héroes nacionales a un pedestal unidimensional, en el que o son enteramente buenos o malos. El debate de la Guardia Nacional busca vincular a esta vieja fuerza de reserva del siglo XIX con el nuevo cuerpo de seguridad, a pesar de que lo único que tienen en común es el nombre. Recuperar la visión acartonada e inocente de la Conquista que centra su análisis entre buenos y malos también podría interpretarse como la justificación de vincular el pasado con algo tan novedoso como los “derechos humanos”. En efecto, es volver a ver el pasado con una mirada del presente (error de novato de primer semestre de licenciatura), pero que ahora está en boca de todos como la principal arma ideológica de las izquierdas radicales.
En tiempos como éstos es necesario que los historiadores recuperen su rol social como entes activos del devenir mexicano y se hagan presentes como guardianes de la historia. Si una de las grandes propuestas del nuevo gobierno era impulsar la historia, en ese sentido valdría la pena realmente hacerlo desde nuestros campos de conocimiento y arrebatar los espacios de diálogo y debate a los pseudohistoriadores que sólo buscan crear ideologías y perpetuar un discurso que denigra a la disciplina. Es necesario ir más allá de la Academia y buscar espacios donde sea posible masificar el conocimiento histórico para que éste pueda ser asimilado por la población general y así convertirlos en ciudadanos críticos con su presente. Más allá del discurso elitista que puede representar la historia científica, hoy más que nunca necesitamos demostrar la importancia del oficio del historiador.
También debemos combatir las ideologías y a los pseudohistoriadores. Historia, periodismo y economía son las únicas materias que, en el imaginario social, pareciera que pudieran ser reproducidas por cualquier persona sin siquiera haberlas estudiado. Casos concretos son, por ejemplo, algunos “youtubers” que se jactan de su desconocimiento de la materia, pero se hacen pasar por periodistas o analistas históricos en los medios de comunicación. Esto quita seriedad al trabajo serio de los historiadores y genera un desconocimiento abismal en cuanto a lo que realmente significa el estudio de la historia.
Lo que observamos con este gobierno es el pináculo de una problemática que viene reproduciéndose desde hace más de veinte años: los historiadores o no son escuchados por los mismos políticos, o en casos más extremos son los pseudohistoriadores los que crean los paradigmas interpretativos que llegan a las masas. Como profesionales, estamos de acuerdo en que la ciudadanía se merece una mejor mirada histórica de los procesos formativos del país. No podemos permitir que se siga repitiendo una visión patriotera y segmentada de la historia de México, que no ayuda a nadie y sólo trae beneficios políticos. Revaloraremos nuestro oficio como historiadores y seamos verdaderos actores de la construcción de esta nación.
Historiador de profesión, gastrónomo ilustrado, admirador del arte kitsch y gran seguidor de las discusiones bizantinas. Si algo existe, merece la pena su análisis; si no existe, hay que cuestionar la incertidumbre que provoca.
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